La historia, relatada en detalle por un periodista mexicano, más allá de que sea verdad o leyenda, es una triste historia que en cierta manera confirma la existencia de vida después de la muerte. Algunos creerán, otros no, pero el hecho es verdaderamente impactante y es el que sigue: el 1 de noviembre del 2018, una chica, Julia, fue a visitar la tumba de su padre en la ciudad de México, D.F. siempre la arreglaba y la llenaba de flores. Y siempre iba al cementerio el día primero de noviembre, porque no le gustaba que hubiera tanta gente en el camposanto como sucedía el 2, día de los fieles difuntos. Ese día se sentó en una gran piedra, que estaba al costado de la tumba de su padre, no había casi gente, así que se puso a “conversar” con su amado papá.
De repente, atrás de ella apareció un niño que tendría unos 10 años. A ella le pareció extraño, porque el niño estaba solo, le preguntó entonces qué hacía allí solo y dónde estaban sus padres. El pequeño le contestó que no sabía. “Me dejaron aquí y me siento muy solo –explicó- hace mucho que ya nadie viene a verme y sigo solo”. Cuando Julia escuchó esto se levantó de un salto y un tanto titubeante y con los ojos desmesurados le preguntó: “¿De dónde vienes?”. El con un dedo apuntando hacia una tumba vieja y muy descuidada le dijo: “De allí”. Ella quiso salir corriendo gritando, pero no podía, estaba paralizada, no se podía mover. Lentamente se acercó a la tumba señalada por el niño, cuya lápida decía: “Pedrito Elizondo. 1998-2008”.
El niño le dijo “Yo me llamo Pedrito, ¿y tú?”. Ella no le contestó, esperó un poco para asimilar lo que le estaba pasando, después de un rato ella pensó que a lo mejor necesitaba ayuda para poder elevarse y descansar, así que le dijo: “¿Qué es lo que quieres?” y él le contestó: “Quiero ver a mi mamá, ella me trataba mal, pero no era mala, el hombre con el que se juntó sí era malo, me castigaba y me golpeaba, pero mi mamá nunca me creyó cuando le contaba, me encontraba golpeado y él le mentía, le decía que me había caído jugando y ella le creía.”
“Siempre me golpeaba, desde los 5 años, tanto que ya no sentía los golpes o lo que me hacía. Un buen día me decidí y tomé un veneno que mi mamá guardaba para los insectos, no había nadie en casa, me dolió el estómago, me dormí y la oscuridad llegó pronto y todo terminó”.
Azorada por el relato, Julia le preguntó: “¿Y tu mamá donde está?” Pedrito le dijo con detalle dónde estaba la casa. “No sé si todavía vive allí, quisiera verla, ¿me puedes ayudar?” le dijo el niño, a lo que ella contestó: “No te prometo nada, pero lo voy a intentar”. El niño sonrió y desapareció ante el asombro de Julia.
De regreso del cementerio, Julia se dirigió al lugar señalado por el niño, encontró una casa vieja que parecía abandonada, pero no lo estaba. Bajó de su coche y golpeó la puerta, la atendió una señora muy descuidada en el vestir y ella le preguntó: “Disculpe, ¿conoce usted a un niño llamado Pedrito Elizondo?”
La mujer, al escuchar esto, se largó a llorar y le dijo: “Sí, era mi hijo y falleció a los 10 años. ¿Y usted cómo supo que él vivía aquí?” Julia le dijo “¿Podemos sentarnos a conversar? “En ese momento se escucharon unos gritos de un hombre que salió, borracho, insultándola y queriendo golpearla. Julia como pudo la defendió, la sacó de allí, la subió a su coche y se fueron. Se detuvo cerca del panteón en un parque y allí se sentaron a conversar.
Ella le contó todo lo que le había pasado ese día en el panteón, lo que ese hombre le hizo a su hijo. La mujer se soltó en llanto cuando le preguntó por qué nunca visitó la tumba de su hijo. “Ese hombre no me dejaba salir -explicó- ya ni a trabajar me iba, me tenía encerrada y me golpeaba. Hasta ahora que llegó usted. Cuando murió mi hijo, él se puso agresivo conmigo, me lastimaba, me usaba, me golpeaba contínuamente. Allí fue que entendí que mi hijo me decía la verdad, pero ya era demasiado tarde.
El estaba muerto por mi culpa, por no creerle”. “Señora –le dijo Julia- su hijo está solo, se siente triste y quiere verla para poder descansar en paz, vamos a verlo.” Cuando llegaron a la tumba, la mujer se largó a llorar y a pedirle perdón a su hijo a los gritos por no creerle.
Julia la vio tan conmovida y arrepentida, que la dejó sola en la tumba de su hijo, decidió ir a comprar unas flores para que ella las pusiera en la tumba de Pedrito.
No tardó ni 20 minutos en regresar y encontró a la señora recostada medio cuerpo sobre la tumba del pequeño, pero sin un ruido, ni un sollozo, nada. Julia se acercó y le habló, pero ella no contestaba, su cabello le cubría la cara, “¿Se encuentra bien?’” insistía, entonces levantó su cabello y su rostro tenía una sonrisa. La mujer yacía muerta sobre la tumba de su hijo. Ella no supo qué pasó en esos 20 minutos que salió a comprar flores y ya no quiso saber más. Reportó el hallazgo a los cuidadores y ellos se encargaron del resto.
Cuando se retiraba sintió como una ráfaga de viento que al silbar le susurraba al oído “Gracias, nunca más estaré solo”, y ella se fue del cementerio muy contenta.
Desde entonces, de la época que visitó el panteón, no ha vuelto a verlo y solo deja un ramo de flores en su tumba, ya con su madre al lado, descansando en paz para siempre en el más allá.
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Hisoria Real
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