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El caso de Oliver Thomas


La familia Méchinaud pasó la Nochebuena de 1972 en casa de unos amigos que vivían en la localidad francesa de Cognac. Después de cenar el matrimonio y sus hijos tomaron el camino de regreso a su casa que se encontraba en el pueblo de Boutiers, en el departamento de Charente. Jamás Llegaron a ella. Cuando se encontraban a poco más de cuatro kilómetros, siendo la una de la madrugada del día 25 de Diciembre, se volatirizaron en el aire. Jamás fueron encontrados.
Años antes habían corrido la misma suerte los cinco miembros de familia Martin que vivían en Portland, Oregón. El 7 de Diciembre de 1958, Kenneth Martin, de cincuenta y cuatro años, su esposa y sus tres hijos, dijeron a sus vecinos que iban al bosque en busca de un árbol para adornarlo durante la navidad. No volvierón a ser vistos.

El 29 de aquél mismo mes, un contratista de obras llamado Earl Zrust, con domicilio en Silver Lake, desapareció también, inexplicablemente, en compañia de su esposa y de sus cuatro hijos. No tenía motivos para abandonar su casa, que acababa de pagar. No aparecieron los cuerpos en las cercanías. ¿Que explicación dar a tan extrañas desapariciones? ¿A dónde van las personas que se desvanecen en el aire?

Una de las desapariciones más enigmáticas se produjo la noche del 24 de Diciembre de 1909. En la granja de Owen Thomas, a corta distancia del pueblo de Brecon, en el país de Gales, se había reunido la familia y unos amigos para celebrar la Nochebuena. Poco antes de la medianoche, la señora Thomas encargó a su hijo Oliver, de once años, que acudiese al pozo en busca de agua.

Dos minutos más tarde, sonaron unos gritos de auxilio. Corrieron varios hombres armados al lugar donde suponían que un lobo estaba atacando al niño. Les esperaba una sorpresa. Hallaron el cubo tirado todavía lejos del pozo y ninguna huella que indicara que un lobo había atacado a Oliver. Las únicas pisadas en la nieve eran las del niño y se interrumpían a medio camino del pozo, como si hubiera echado a volar.

Ante el pánico de los hombres que miraban en todas direcciones en busca del niño, se oyeron repentinamente unos gritos de auxilio que provenían del cielo, que duraron un largo rato y que se fueron debilitando poco a poco, hasta extinguirse.

A la mañana siguiente llegaron al lugar las autoridades, pero por más que investigaron en el terreno nada encontraron que pudiese aclarar el enigma. Nadie supo ni pudo explicar por qué desaparecían las huellas de Oliver. En consecuencia el caso fue archivado con otros que jamás se solucionaron.Según cuenta la declaración y los periódicos de la época, volvieron a escuchar una vez más los gritos de Oliver, y la familia “apuntó” al cielo: según ellos mismos, la voz del niño se escuchaba ahora desde las alturas, pero lamentablemente no pudieron ver nada. Ni rastro. Oliver Thomas no apareció jamás, no hubo pistas, ni cuerpo, ni sospechosos… Algo desesperante para la familia.

Dada la singularidad del caso, no han faltado teorías de todas las clases desde entonces, y a medida que las décadas pasaban aumentaba la inevitable hipótesis de que que tal vez, algo tuvo que ver el fenómeno OVNI.Pero demos un paso más allá, y hablemos de una curiosísima teoría que se tuvo en cuenta a lo largo de los años 70: águilas gigantes. Cuenta la historia que en 1977, en Michigan, un niño de unos 6 años fue atacado por dos águilas gigantes que lo levantaron del suelo y apunto estuvieron de llevárselo, si no hubiera sido por su madre.

Sabemos que las águilas pueden muy bien tener la fuerza suficiente para llevarse animales de de un peso considerable, pero es algo extraño que dos aves se aliaran entre ellas para raptar a un niño. Y aún más, según la madre, aquellas águilas eran “negras”. Los amantes de la criptozoológia no tardaron en decir que podían tratarse de “teratórnidos”, parientes del cóndor de los Andes, que desaparecieron hace ya unos 10.000 años, y que tal vez, el niño que en 1909 desapareció en Gales, pudo haber sido raptado también por “aves prehistóricas”.



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